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viernes, 19 de abril de 2013

Besos en la mejilla

 Ultimamente, cada vez que mamá se empeña en que salude a sus amigas con un beso, comienzan a sudarme las manos, que escondo entre los bolsillos. Aprieto los dedos y acerco mi boca hacia la mejilla en cuanto mamá me dice: Por favor, Laura, dale un beso a Doña Fulana, la señora del doctor tal, o a Doña Mengana, señora del abogado cual.
 Los días que está irritada, y mamá, por costumbre, se irrita mucho, me lanza a escondidas una mirada de madrastra de cuento, me aprieta el brazo - a veces me hace daño- y me adelanta para besarlas. Entre ella y la niña mala –que me dice que no las bese porque son espantapájaros con perlas- me acaban fastidiando.

Aquella tarde parecía distinta. Nos encontramos con mi amiguita Julia que paseaba con su madre. Nos cruzamos y por lo bajito quedamos en que nos encontraríamos en la calle a jugar, como todos los viernes. Mi mamá y la de Julia se miraron como les gusta a ellas, es decir, por encima del hombro. Luego fuimos al centro, que es donde mamá tiene a sus mejores amigas, todas mayores que ella. Nos encontramos con seis. Tuve que besar a todas. Y sonreír. Ya íbamos a volver a casa, cuando noté que mamá se ponía tiesa como una vara y se arreglaba el pelo y la chaqueta. Por la acera venía su amiga favorita, Doña Virtudes, la señora del notario. Digo la favorita de mamá, porque yo creo que a Doña Virtudes mi madre le importa un bledo. Mamá no se da cuenta porque es un poco miope, pero muchas veces Doña Virtudes nos ha visto -estoy segura, uso gafas- y se ha cambiado de acera.

Besé a la señora, que tenía un collar rojo como una lengua, cuando mamá me lo indicó, pero no se marchó. Esta vez, no debía tener mucha prisa. Mi madre tampoco. Pero yo sí; dentro de una hora Julia bajaría a jugar, no me encontraría y se marcharía a casa. No podría estar con ella hasta el viernes siguiente porque cuando su padre volviese de trabajar, marcharían al apartamento de Laredo a pasar el fin de semana. Cuando Julia no está me viene a visitar la niña mala, que quiere ser mi mejor amiga, pero a mí no me cae bien del todo.
Así que empezaron a retorcérseme los pies en los zapatos, con mi madre sin parar de hablar y Doña Virtudes, que se acercó a pellizcarme la mejilla. Tengo doce años y a ninguna chica de mi edad le gusta que le toquen los mofletes. Estaba rabiosa, los pies me crecían. Así que para evitar darle una patada, le saqué la lengua y mi madre me soltó un sopapo de los gordos. Vamos, de los que me da en casa. Doña Virtudes o señora del notario, se asustó un poco porque le dijo:
- Estela, querida, esos nervios acabarán contigo. Debes tranquilizarte y no tratar así a la pobre niña – y se marchó a todo correr.

A mamá no le gustó. Ella no soporta la palabra pobre. Pero como es su mejor amiga, se tuvo que aguantar. Me cogió por el brazo, que no apretó hasta que desapareció Doña Virtudes. Cuando íbamos en el autobús, camino a casa, tuve que repetirle mil veces lo mala que había sido, que no fui amable con su amiga importante, -como ella dice- le rogué que me perdonase, que no lo haría nunca más.
Mamá estaba furiosa, temía que me pegase con su anillo de piedra gorda hasta hacerme sangre, o lo que es peor, que no me dejase jugar con Julia. Y así fue: me amenazó con quitarme a mi amiga. Si mamá me quita a mi amiga, se quedará para siempre la niña mala a jugar conmigo y eso me asusta mucho. Sobre todo por la noche.
Entre lloros le dije que era la madre más buena y bonita del mundo. Y la de amigas más elegantes. Le dije incluso que yo también creo que papá está equivocado en lo de no hacer amigos importantes. Eso le encantó y con una mirada de esas raras que a veces tiene, me dijo que íbamos a hacer un pacto secreto para que pudiera jugar mucho más con Julia. Sólo tenía que ponerme de parte de mamá cuando discutiera con papá, besar mucho a sus amigas y no sacar la lengua jamás. Lo de ponerme en contra de papá me disgustó un poco, aunque en general estoy contenta porque quiero mucho a Julia.

Ultimamente por las noches me vuelven a sudar las manos y después en sueños me visita la niña mala con la lengua larga como un día sin recreo, que se enrosca en los collares de perlas de las amigas de mamá, y luego las ahoga y ellas también sacan sus lenguas, retorcidas de dolor, porque se asfixian. Esa niña, que es como mi hermana gemela, después agarra a mamá y la ahoga despacito, muy despacito hasta hacerla desaparecer. Y no quiero despertar. Y papá sonríe. Y Julia también.

4 comentarios:

  1. Un relato que destaca sobremanera en la construcción de los personajes, Ana, tanto en lo explícito como en lo soterrado.

    Triste historia, sin duda, que pega al lector en la boca del estómago, allí donde se aloja la angustia.

    Buen trabajo.

    Un saludo.

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    1. Gracias, Pedro. No tenía pensado publicarla pero soy tan torpe que le dí a la tecla equivocada. A ver si lo reviso ¿te suena, no?
      Un abrazo

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    2. Espantapájaros con perlas, pies retorciéndose en los zapatos, collares rojos como lenguas... El relato está lleno de aciertos. Muy visual y bien definidos, como apunta Pedro, los personajes.

      ¡Buenísimo!

      Mil besos volados.

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    3. Jo, Lola. Viniendo de tí, me siento muy contenta.
      Un abrazo

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