El comandante de la guardia suiza nunca llegó a cruzar el umbral. Cayó herido de muerte, durante el saqueo. Y se anuló la audiencia de urgencia que había solicitado.
El resto del ejército fue retrocediendo hacia San Pedro conforme aumentaban las bajas. Sólo nos libramos cuarenta y dos, que rodeamos al Papa en el altar y le ayudamos en su huída hasta el castillo de Sant’Angelo. Yo fuí por detrás. Y le vi, mi cardenal, caer en el puente y comprobé que estaba herido de muerte. Una flecha le atravesaba el pecho. Una flecha disparada desde el ángel de bronce. Por mandato divino o por un asesino. Por eso desconfío, señor. ¿O no se ha fijado en el acento español de este Clemente?